Sin Marcelino, la calle Salamanca no será la misma.

La crónica local es apasionante. Desinteresadamente intento a amigos o conocidos inculcarles en el consumo de historia de su patria chica. Es igual de saludable que comer frutas y verduras de temporada. Reconforta. 

Sin ir más lejos en una tertulia que participo, uno de sus selectos miembros, buñuelero por excelencia, y antiguo alumno del colegio en el que estudié me daba el almuerzo. 

Nos adelantaba a través de un WhatsApp la crónica de una muerte anunciada. La Comunidad religiosa de los Maristas se despedía, o mejor dicho cesaba de sus funciones educativas durante este curso en el histórico edificio falcado en Salamanca 45. 

Otro tertuliano se preparaba el plato para atacar y untar sin ningún complejo, el conejo al anillo que nos habían preparado en un restaurante de solera, y con hijos estudiando en el centro ídem de lo mismo. 

La noticia oficial nos sobrecogió a todos. No es para menos, parte de mi infancia y crecida adolescencia se alimentó de los valores que vagaron por las aulas o el patio del recreo del colegio de los Hermanos Maristas. 

Y es que el carrer Salamanca tira mucho. Pertenece al catálogo e inventariado más solemne de esta ciudad. Nace de la pila del bautismo del alto Ensanche, y como uno no sólo vive del recuerdo educativo, el ocio y la diversión han inyectado sabia en el paisaje de este místico pasaje costumbrista. 

El cierre de la mítica Taberna Iruña, santo y seña en la parte baja del carrer la desnaturalizaría. Fue un duro golpe para muchos y otros tantos de los amantes del chipirón en su tinta, y muchos son los recuerdos que deambulan como un sereno por esta calle de Monopoly

Vía que sería tomada en su parte más alta por un cubalibre emergente de la movida valenciana de los ochenta. Salamanca es un ramal, que en paralelo desemboca como un rio de asfalto en Peris y Valero. 

Eclesiásticamente hablando Salamanca está bautizada por el cristianismo. El Convento de Las Siervas de Jesús, la Parroquia del Santo Ángel Custodio y las comunidades religiosas de los Maristas y del Loreto han conquistado el corazón y evangelizado la mente del vecindario. 

Con esta noticia, vista desde mi laicidad, las tres violetas cultivadas por Marcelino espigarán para siempre en el callejero. La calle Salamanca dejará de ser la calle Salamanca. 

La chistorra, la tortilla con alioli de Benito y los primeros coqueteos con las alumnas del Loreto son recuerdos imborrables. Sin olvidarme de su arbolado, conjonudo y decadente propio de un otoño que siempre abriga la calle Salamanca.

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