La atmósfera de mi claqueta lleva escrito un lugar venerado en su juventud por Ernest Hemingway: Paris, (en esa ocasión no fue una fiesta) y eso que he nacido en la ciudad eterna de la fiesta: Valencia. Cabe recalcar las palabras del ilustre escritor de Monóvar, Azorín, sobre el café España, ubicado en la desaparecida «Devallada de San Francesc» que no había ningún cafetín tan suntuoso, ni en Valencia ni en París.
A pocos metros se ubicaba «el Bar Torino», (hoy kilómetro cero del valencianismo social y deportivo). Los correveidiles de la época, don Pepito Villalonga, Ull de bou entre otros, hubieran hecho su agosto, con el extraperlo de la venta de entradas en la sala hispóstila del citado café.
Liderados por el murciélago, veníamos de pisar el acelerador en la fase final arrollando a los abanderados del águila imperial, y a un desnortado Fútbol Club Barcelona del rey Gaspar.
El director de orquesta de Los Planetas, era nuestra gran esperanza blanca. El objetivo de aquella cruzada no era conseguir la segunda estrella michelín, pero sí viajar al espacio, conquistar el anillo, y entrar en la galaxia de los equipos mas venerados del continente europeo.
Dos equipos españoles se enfrentaban. Valencia y Real Madrid. El destino final: Sant Denis, en nuestra lengua vernácula, Sant Dionis, patrón de los enamorados, tradición muy celebrada en el pasado en Cap i Casal durante la festividad del 9 d′ Octubre. Un receso por favor (Flaco favor le hizo al «tronador» el gol de «pauleta», dos meses después de la efeméride con regalo de la grada, portando la mocadorá).
Los días previos al encuentro, el diario vespertino El País, publicaba unas curiosas gacetillas con recetas de personajes ilustres del mundo de la cultura y la farándula española. Me impactó notablemente la aportación sentimental del actor Inmanol Arias hacia la delantera eléctrica.
Aún podemos inmortalizar estos recuerdos paseando por Don Juan de Austria, con parada obligatoria en Casa Mundo y con la excusa de ‘menjar un bó entrepá’ de calamares.
Preferí tomar el avión al pullman, mi destino, el vetusto aeropuerto de Manises, en la terminal me esperaba una bella estampa familiar (padre, tío, hermano y cuñada). El fútbol era lo menos importante para mi. En la mochila viajaba un recuerdo punzante, una fotografía coloreada de un pequeño ninot vejando una fuente pública.
Viajar al lado de mi padre era recuperar a lo largo de dos décadas ese trozo de historia perdida. Al despegar con ruido de fondo de la charangas y un frenesí desmesurado al grito de «sí, si nos vamos a París », cumplí hecho realidad mi deseo veinte años después.
En el palco de autoridades la «aristocracia» valenciana y madrileña, se disputaban codo con codo las degustaciones.el olor de sala impregnaba a la falsa brillantina de la clase alta y al «modernísimo» blaquismo tartanero. Desde la grada los incondicionales del Gol Gran tarareaban ¡En palco vip hay mucho borrachín!
Estoy seguro que aquella noche del 24 de mayo, el bueno de Luis Garcia Berlanga se le pasó por la cabeza rodar el camino inverso de Bienvenido Mr Marshall. No fue así, pero estuvo muy cerca, su última película como director, quedará grabada en la retina de los incondicionales al cine mas surrealista. «París Tumbuctú» , se estrenaba esa temporada en las salas españolas. Ponía fin a su pasión como director de cine.
En el césped el resultado fue de 3-0 a favor del Real Madrid. No podíamos alegar ningún pero a la derrota, ni al miedo escénico! en la atmósfera del estadio flotaba algo nuestro, tradición amor y pasión, pero tres disparos de escopeta (nacional) acabaron con el sueño colectivo de una ciudad y su historia.
El fútbol es un largo viaje del placer al deber. Yo lo cumplí. ¡Papa siempre nos quedará Sant Denis!