Paquito: ¡Mi capitán, Oh mi capitán!

Siendo niño nunca descarté la opción de ser amigo de algun jugador de fútbol de élite. En aquellos años me conformaba con acumular cromos de Panini, y más adelante con asaltar el Parador Nacional Luis Vives que dirigía el bueno de Toni Gómez Pastrana

Aquellas tardes de sol y mediterraniedad que mi madre preparaba limón granizado o en su defecto zumo de limón con mucho hielo. Hasta esa sencilla receta y vieja costrumbre nos la han arrebatado, como la de beber agua del botijo o la de collir algarrobas. 

Como sí de un sueño se tratara, a pocos metros de casa y escasos portales vivía Paquito. Nada más y nada menos que Paquito, jugador y capitán del Valencia CF. 

En aquella ciudad de barrio donde las manzanas se levantaban de negocios de proximidad; mercerías, papelerías, náuticas, talleres de coches, puticlubs o cervecerías entre otros.

Sin dejar de dar el alto a los “porteros” durante la travesía de cruzar Peris y Valero para llegar a los Maristas dejando de refilón el Bar 600, la farmacia o el Kiosco de Tere. 

Monteolivete contó con un mercado y los vecinos disfrutamos de carnes, pescados y verduras frescas, no como ahora que no salimos del alimento porcesado envuelto en plástico. 

Mis padres forjarían una bonita amistad con Paco y Toñi, entiendo que dos fueron los principales motivos, el primero, la coincidencia de sus tres hijos Javi, Fernando y Nacho en edad escolar con mis hermanos. 

La otra variable que barajo la balbuceba mi viejo sacando pecho de ser el primero de su promoción, por delante de Paco o Roberto Gil, en el curso del título de entrenador. En la actualidad uno de sus hijos, Nacho, es padrino de mi sobrina Raquel

Como si fuera hoy recuerdo ver a Paco sacar su Opel blanco de un jodido parking de los de antes, destinados a que los vehiculos por menudos que fueran sufrirían golpes y magulladuras. 

O aquella tarde de sábado, siendo pioneros en la instalación de la antena TV3 en la finca de mis padres, se reunirían, Paquito, Paco Lloret, creo mi tío Nacho y nosotros en el comedor de casa para disfrutar en directo de un partido de la copa inglesa. 

Son tantos los recuerdos de Paco vestido con chándal y una barba recia caminado por la calle, saliendo de la farmacia con su mujer Toñi que uno los guarda en la memoria para siempre. 

O en su última etapa como profesional, viéndolo esperar el autobús, desde la salita con vistas al Gulliver para después tomar el tren con destino Villarreal. 

Su sentido del humor, honestidad, modestia y humildad nunca le faltaron a lo largo de su vida. ¿Cómo estás Pedro? ¿Hoy ganaremos? solía decirme cada vez que me lo cruzaba por el barrio. 

Hoy en su despedida parecía que Paco queria trasmitir. Estaba allí en cuerpo presente no había viajado todavía. En el momento de entrar en la sala para darle el último adiós se encontraba un señor de esplada sentado en una silla, era Pep Claramunt

No sé si fue coincidencia o no, pero la última vez que visité a Paco fue en 2019, para obsequiarle con un libro del Centenario, que precisamente había colaborado escribiendo el capítulo destinado a Claramunt. 

Así ha sido mi despedida. Emotiva. Los tres juntos. Paco, Pep y yo. Como escribió Miguel de Unamunotu patria chica fue Monteolivete”.  

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