Tres días después sigo sin dar crédito a lo sucedido. Desmayado, consternado y sin aliento he dejado de escribir hasta ayer. Hábito que mantengo diariamente junto al de salir a pasear con mis perros por la Gola o la Marjal, noble ejercicio que a uno lo mantiene vivo.
Con pocas o ninguna gana de darle a la azada, ni birbar, solamente he conseguido hilvanar el semillero de la albahaca, y arrodillarme para aclarar, ante los casi tres mil rabanitos.
Soy sureño. Prefiero la hojarasca del sur al la solemnidad del norte. Mi identificación con L’ Horta Sud es plena. La agenda está repleta de amigos y conocidos de todas las localidades que han sufrido “Lo Imposible”.
Los vivos debemos soterrar a los muertos pasando el duelo cuánto antes, papel duro para sus familiares, y el resto de los afectados rehacer sus vidas sin anclajes.
Aislarnos de mensajes apocalípticos, de las miserias políticas o de las palmiditas en la espalda de los virreyes de la nueva economía. De uno en particular. El nuevo mesías que se paseaba por la zona cero como si nada, pero sus trabajadores tenían que rendir cuentas hasta las 21,30 pese a las advertencias climatológicas.
Sobrevivir a lo que se nos avecina va a ser casi un milagro, encontrándonos frágilmente a las puertas de una crisis climática, pareja de truc de la tecnológica. La financiera la pasamos. La sanitaria sigue presente en nuestra amnésica memoria.
En fin, nos vamos a la mierda, o estamos de mierda hasta el cuello, difícil misión en distinguirla o clasificarla.
En mi primer ensayo que publiqué, Les Falles i el Bar Torino rescataba a modo de salvavidas la crónica de una muerte anunciada. Tras la riada del 57, las falsas promesas a los valencianos desamparados, para descubrirse del tarquin impregnado en sus ojos no menguaban.
Tres valencianos alzaron la voz contra la inoperatividad de la cruel dictadura franquista. El alcalde Tomás Tŕenor, el director de Las Provincias, Martí Domínguez y el presidente del Ateneo Mercantil Joaquín Maldonado.
Aquellos tres personajes públicos fueron valientes en el discurso y en el argot frente a las ¿Palabras?, que lógicamente fueron cesados de sus cargos. Las ayudas llegaron, tarde, pero llegaron.
Hoy la sociedad civil valenciana disfruta de un papel determinante para los suyos. No hay excusas. Existen mecanismos. Ertes, préstamos rápidos sin intereses e inversiones en las infraestructuras dañadas. Hay que exigirlas con celeridad. Lo aprendimos en la pandemia no podemos dejarlos solos.
No puedo estar más de acuerdo para finalizar con las letras de un escritor valenciano, “Todas las metáforas de Valencia, giran alrededor de su mitología fluvial y subterránea”.