Viajar en tiempos difíciles es todo un privilegio. En 1983 con apenas ocho primaveras cumplidas había visitado una parte de Europa. Un crucero por el Mediterráneo en un ambiente familiar, y en un buque con bandera izada de la Unión Soviética tuvieron la culpa
El vozka, el baile kalinka y el ruso señas de identidad de aquella compañía que salió del puerto de Barcelona. Hasta el mismísimo sacerdote de la familia nos acompañaría, Emilio Meseguer, que oficiaría misas mientras viajábamos por alta mar.
Este es el principio de mi crónica personal como forastero. La final de la Recopa de Bruselas no pudo ser. He de recalcar que ya no viajo, al avión le tengo respeto. El campo y el cuidado de mis animales ocupan mi tiempo, leimotiv principal.
Si vuelvo a pedalear tengo marcadas unas líneas rojas. No aterrizar en países donde se conmute la pena de muerte, o las monarquías controlen la voluntad ciudadana, y por supuesto no se respeten los derechos humanos.
No colaborando así económicamente con tales fines para engrandecer al poder establecido, dictadores o multinacionales, intentando crear un mundo mejor o por lo menos recuperar parte del anterior.
Tan solo tardaron cuatro años de mi primer y gran desplazamiento familiar para regresar a la U.E.F.A. En esta ocasión el motivo sería el deportivo. En Maristas organizamos, en la década de los ochenta, viajes con la diana puesta en la participación de torneos de fútbol base veraniegos.
Fueron muchas las ciudades las que los alumnos de la calle Salamanca visitamos cada verano. Pioneros en este tipo de actividades, Gotemburgo una de ellas, y el autobús, medio de transporte que nos conduciría a visitar el resto
El avión encarecería el montante del desplazamiento. Era inalcanzable para una España seatizada, y que la termomix, los ordenadores y los vídeos llegaban a todos los hogares.
Un billete que uno se curraba de septiembre a mayo tras la venta de rifas, las aportaciones familiares y las buenas notas que acabarían con un asiento de pleno derecho en Autocares Rodríguez
Dos días de viaje con tus compañeros de colegio, con un olor a pies insportable, cruzando Europa, y con pasaporte comunitario te hacia ser un adulto más.
Pese a ello, no éramos bien vistos por el resto de ciudadanos europeos. Cada vez que cruzábamos la frontera con Francia sentías como te observaban con recelo.
Hoy, esa Europa que los españoles dieron la espalda durante el siglo XX, no participando en ninguna guerra, desconociendo gran parte de sus ciudadanos el idioma oficial, y no siendo socio colaborador de los Estados Unidos se ha integrado a la gran perfección.
Nos toca votar. Casi todas las decisiones que nos importan se cocinan en Bruselas. Diría yo que las elecciones europeas son casi más necesarias e importantes que las generales. El futuro de nuestras vidas se decide hoy en el Parlamento. Viajar es importante, yo lo he podido hacer.
Gracias por la mención a Autocares Rodriguez.
Jajajaja.
Un abrazo Pedro.