He de confesar que el sentimentalismo nos convierte en fieles portadores de la antorcha que rinde pleitesía al fuego. Nos hace visibles en la oscuridad. Al contrario, el fundamentalismo, nos desvía por la senda de la penumbra.
He nacido en el Mediterráneo y por mis venas recorre su luz, la del salado mar que abraza nuestras costas. Nuestro mar Mediterráneo, homenajeado musicalmente por el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, retratado como nadie por el pintor valenciano Joaquín Sorolla y descrito con gran finura por el polifacético Vicente Blasco Ibáñez.
Además vivo bajo una ciudad sepultada por el asfalto, fundada por las directrices del gigantismo del Imperio Romano. Valentia era fundada en el 138 AC por Junio Bruno y sus valientes soldados, encontrando el asentamiento principal, en la parte más alta de la ciudad.
La Roma visitaba Mestalla en la temporada 90-91, segunda ronda de la Copa de UEFA, un torneo de consolidación para los equipos que en el sprint final de liga no alcanzaban el olimpo, pero si se subían al podium.
La biología del fútbol nunca debe ser mecánica. Antes se disputaban copas. Eliminatorias a muerte súbita. Antes se jugaba al fútbol. Antes, Europa era dirigida por estadistas con sentido común. Algunos de ellos con el paso de los años han naufragado políticamente frente a las costas del Mediterráneo.
Parafraseando a Javier Imbroda (exseleccionador de baloncesto) En la alta competición están los mejores, en la política, no. El fútbol se ha convertido en un teatro político con mucha miga (versión moderna del pan y circo) El fútbol ha encontrado un fuerte aliado, las recetas económicas del capitalismo financiero deportivo. El liberalismo, la flexibilidad horaria y su externalización.
El encuentro era retransmitido por la desenchufada televisión pública valenciana Canal 9 en una noche veraniega y no libre de humos. El Valencia recibía al poderoso equipo giallorossi acompañado de su séquito de incondicionales de la Curva Sud.
La escuadra romana era liderada por su príncipe, Guiseppe Giannini. El nuestro había nacido en el barrio de San y se llamaba Fernando Gómez. La historia debe ser justa con este brillante jugador, nuestro capitán, nuestro número diez.
Aquella plantilla había nacido en nuestra ciudad deportiva. (València ciudad de las ciudades) No tenía sangre real. Pero sí pundonor. Una plantilla dirigida por buenos estadistas, mejores gestores y excelentes personas.
No hacía falta recurrir a la devoción, ni a els miracles de San Vicent Ferrer. Aquella directiva era de carne y hueso. Sus recetas económicas adelgazaron el déficit financiero que pesaba sobre las arcas del club, y devolvieron al equipo a las noches mágicas del sueño europeo.
Las paredes del estadio aparecieron con pintadas alusivas y malsonantes a la historia del nacimiento de Roma y a su memoria deportiva. Roma no fue un la loba, fue una zorra, Roma 2 Lecce 3.
La tensión se palpaba en el ambiente. Mestalla se vulcanizaba. La general de pie, su fondo norte, se engalanaba para dicho encuentro. De esquina a esquina la magia del tifo valenciano recibía al equipo, como bien retransmitiría el locutor de radio Pipi Estrada en sus crónicas radiofónicas a pie de césped en el extinto Vicente Calderón, tifo a nivel a europeo. Ambientazo.
Se desplegaron tiras de tela de colores formando la señera valenciana, aderezado con miles de globos blancos y una larga tira de bengalas que recibió al Valencia. Mestalla enloquecía en minutos. Esta explosión de júbilo se podría comparar a un orgasmo.
El partido finalizó con el resultado de empate a uno. A la salida, la avenida de Aragón recibía los desencuentros de ambas aficiones que se saldó con carreras, golpes y cargas policiales. Aquella mágica noche nos volvimos a romanizar