El otro día, sin ir más lejos, el director de un diario me recriminaba en una tertulia que participo, que me dirigía en tercera persona cuando hablaba de los valencianos.
Siempre o casi siempre cuestionando o poniendo en duda cualquier noticia local. Le contestaba en petit comité que los gallegos me habían apadrinado. Ojo, València hasta el infinito.
Fue una broma más del hilo que mantuvimos. Un chiste fácil. Creo que a veces el resto de tertulianos se cansan de mis intervenciones. Soy algo pesado. Cansino. Lo reconozco. Escribió Rafa Lahuerta en La balada del Bar Torino sobre mi tozudez siendo un personaje más de su relato.
El director del periódico, amigo, le vendo tomates tenía parte de razón. Soy algo jodido, sin traspasar el umbral de la impertinencia.
Desde niño me ha interesado todo lo relacionado con la historia de mi patria chica, València. Mi viejo tuvo la culpa, y dudo mucho que llegue a doctorarme. No sirvo. Mi hiperactividad no lo permite, aunque he decir que, ella, ya no me controla. Lo he conseguido sin medicarme.
A los niños de los ochenta nos daban mercromina para todo y como premio una ristra de caramelos Selz. Menuda bomba de relojería. Ni la patata Amparín ha podido conmigo, receta local de una patata rellena de carne y alioli y envuelta en papel de plata.
Hace ya algunos años que solo me interesa la proximidad. Si salgo de ella, enfermo. No me gusta pensar en verde. La Heineken es aburrida. Con ella empezó todo este largo camino de la globalización, haciéndola polvo en los noventa, al igual que el clorotilo para aliviar los golpes de mis primeros pinitos jugando al fútbol.
A lo que vamos. No quiero aburrir. Que no le tengo muchas simpatías al actual gobierno municipal lo reconozco. Tengo motivos. Uno de ellos por el pacto de gobierno con el partido en defensa del maltrato del toro. Pero el principal y más venerable es el del desconocimiento de la historia y cultura de la ciudad que dirigen.
Que Catalá y su equipo de gobierno no están preparados para gestionar el Cap i Casal es cierto. Les viene grande. Hasta pedalear o ir en monopatín por el Ensanche. Llevan más de un año gobernando y viviendo de rentas del pasado.
No quiero extenderme molt. Les voy a exponer dos casos, uno de ellos cultural. Esta semana salían anunciando la reconstrucción del monumento a Sorolla. ¡Bravo! Sin antes haber recriminado a su Conseller de Cultura de la Generalitat, hoy viendo los toros desde la barrera, que Vicent Andrés Estellés se merecía celebrar su efeméride. No lo hizo. Otra vez no estuvo a la altura.
Esperaba haber escuchado algo más de la alcaldesa respecto a este asunto. Por poner un ejemplo “tenemos que retomar las conversaciones con los herederos de la familia del pintor valenciano para llegar a un acuerdo e intentar traer la Casa Museo Sorolla a València. Si de estas prospecciones no sale nada fructífero, levantaremos el Museo Sorolla en el Edificio del Reloj con pinacoteca cedida por particulares y aportaciones del resto de museos. Esa hubiera sido, a priori, la pincelada más lógica.
En el aspecto deportivo que la tercera ciudad de España, y aquí ella tenía que haber tenido más poder y mano, quedar por el momento fuera de la organización del Mundial 2030 es un fiasco.
Quizás con un poco más de picardia podría haber ofrecido la versión de “se va a quedar el estadio más antiguo de la liga más importante del mundo sin ser sede. No es de recibo. El viejo y cascarrabias Mestalla se lo merece”.
Haber vendido ese cuento a la Federación y ésta a la FIFA. En València sabemos organizar mundiales, tenemos experiencia, y hasta Fallas en verano. Pero ni en eso, ella, y su equipo de asesores han pensado.
En fin, quizás, Catalá, y sin desmerecer a los vecinos de Torrent está capacitada para ser la major de Torrent, pero no de València. Quiero equivocarme, pero va a ser que no. Tiempo al tiempo. ¡Amén!.
En este artículo, estoy casi de acuerdo contigo, falta de ambicion,
Es verdad que los anteriores han dejado Valencia fatal. Y en general los valencianos pasamos de todo.
Animo y a seguir peleando.