El pasado viernes cenaba en casa de Amparín una deliciosa merluza en salsa de tomate acompañado de una guarnición de verduras salteadas. La noche rebuznaba, y el sonido del mar bufaba a los cuatro vientos.
A pocos metros, parapetados, y separados por una mosquitera ronroneaba una colla de felinos que amamantámos todas las estaciones del año, para que no mueran de frío, de hambre y no sean víctimas de la velocidad de la carretera.
La mujer encontrandóse enchufada a la televisión se entretenía con la carta de ajustes de Antena 3, restando un par de minutos para dar las nueve, horario oficial del telediario.
Yo yacía sentado de espaldas al plasma, vivo sin tele desde hace cuatro años, y de veras uno no sabe el alivio y la liberación que se trabaja sin consumir los contenidos.
Eres un hombre nuevo, sin prejuicios, y por supuesto nada y nadie te condiciona a la dictadura de un mercado de la información, controlado por las grandes multicionales o empresas que cotizan en el Ibex-35.
Sí, a eso le sumas que no frecuento barras de bar, evitando escuchar al profeta de turno que sabe de todo, y que entre sorbo y sorbo de cazalla afirma con rotundidad “lo han dicho en la tele” la felicidad es plena.
Lo acontecido la nit del divendres en el momento de tomar el postre, un variado de frutas, resultaría repugnante. Si hubiera estado en mis manos, es decir, ser un gran accionista de Atresmedia cesaba de inmediato (llamado a consultas) al director de informativos.
Inadmisible fue, que habiéndose celebrado los Premios Princesa de Asturias, y disfrutando de un eufórico Serrat, reconocido por su labor como compositor musical casi cuatro décadas, la dirección del programa centraría dieciocho minutos del discurso en informar sobre el escándalo del innombrable Errejón, frente a los apenas cinco destinados al poeta.
Serrat era la noticia. Serrat era la portada. Serrat era el telediario.
Pero lo más perverso e inaudito del caso radicaba en la prácticamente nula información que se trataba sobre el estado anímico de la víctima. Por contrario, el directo, castigaba con mayor dureza a la líderesa de Sumar, y al propio Sánchez que al presunto, inhabilitando la voz de la víctima y del gran Serrat.
¡Esto es España! le dije a Amparín. Gracias por el sopar y la compañía. De regreso a casa conecté los auriculares y dando un paseo por la playa escuchaba la voz de Serrat en un renacido Mediterráneo.