Capítulo séptimo. El tifo organizado.
No quiero generar ninguna polémica sobre qué grada fue la primera en introducir las primeras bengalas en los estadios. Este no es el asunto del libro. Podemos intuir que los jóvenes residentes en las principales ciudades portuarias lo tenían más fácil y accesible. Las tiendas de venta especializadas en artículos marítimos, conocidas como náuticas, sirvieron de cordón umbilical entre radicales y pirotecnia.
Así fue, ultras de ciudades como, Gijón o Barcelona, destacaron por la labor. Los jóvenes más atrevidos colorearon las gradas con imágenes espectaculares a mediados de los ochenta. Encender una bengala respondía una forma más de ir contracorriente, y significaba el comienzo de una nueva etapa de entender el tifo como una respuesta social y vanguardista. Había llegado el color y el calor a las gradas españolas.
Una explosión de luz se trasladaba como la pólvora a muchos recintos deportivos, que ya contaban con su primeras generaciones de ultras. Barcelona, Madrid, València, Bilbao, Sevilla, Cádiz, Alicante …
A la bandera le surgió un fuerte competidor en la animación. Mayor espectáculo y óptimos resultados.
Poco a poco el mimetismo hacia el país transalpino fue creciendo con mayor rapidez. Además de las bengalas, se introdujeron nuevos elementos pirotécnicos, el encendido de botes de humo o la quema de nitrato potásico. Este último ofrecía un resultado garantizado y llamativo. El tifo piú bello venía para quedarse.