Kubrick, uno de esos genios que ha parido el séptimo arte, plasmó en las pantallas de cine el argumento transgresor e irreverente de la novela de Anthony Burguess.
La película generaría un gran debate y revuelo en una sociedad aparentemente conservadora. Algunos gobiernos ejercieron la censura sobre el rollo de celuloide ocultando temporalmente las miserias de una parte de la sociedad juvenil.
Valladolid fue la ciudad española que disfrutó en 1975, y en versión orginal, de la primera proyección durante la clausura de su festival de cine. Tres años después se estrenaría en el resto del país.
La sucia violencia sacudida por la macraba banda de drugos, y capitaneada por Alex, fue imagen corporativa de alguna generación de ultras europeos. En el país transalpino nos empapábamos cada domingo de imágenes icónicas del bombín en las gradas del estadio de la Juventus.
En territorio español no tuvo tanta representación en el desplegable del tifo organizado, quizás la ciudad de Barcelona fue la más visible en el semáforo de su invisibilidad.