Recuerdo la dureza con la que nos dirigíamos a las empresas tecnológicas, cuándo estas trataban nuestros datos personales a finales del siglo pasado.Visto lo visto, fue llover sobre papel mojado.
Tan solo las comunidades de propietarios se han mantenido firme para frenar el boomerang publicitario. Algunas de los zaguanes son infranqueables a los pasquines e inviolables son sus buzones al merchandaising. R.A.E.
Hemos vendido nuestra privacidad al diablo, perdiendo gran parte de la supuesta libertad con la que nacemos, ficticia en esta España constitucional que muchos de nosotros no participamos.
Ser libre es algo más que irnos de copas o de pinchos, por lo menos para la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Recuerdo, que en la otra vida, la analógica, si lo pedías no participabas en el alfabeto de aquellas Páginas Amarillas que servían en la búsqueda de tal teléfono, guías que depositaban en fardos en los portales de las fincas.
Si hay algo que me repatea es alcanzar una gasolinera, y el tiempo que has librado al respostar en el autoservicio, te lo arrebata el de delante de tí en el momento que está realizando el pago en caja con su flamante smartphone, que al realizar el cobro la aplicación no funciona y vuelta a empezar.
Después de la espera viene el siguiente paso, la tarjeta de puntos, y para terminar la coletilla la facturita de turno.
Otro ejemplo que cansa la vista es ver cómo los adolescentes pagan con móvil una bebida energética en un supermercado esperando al ok de la cobertura. Llega a ser desesperante. Prohibitivo.
Nos han hecho creer que utilizar el monedero electrónico es alcanzar la plena libertad económica y precisamente es todo lo contrario.
El estado y la banca controlan todos tus movimientos, sabiendo en todo momento a qué destinas y a quién depositas el capital. No podemos abandonar el ritual del pago en cash, el papel forma parte de nuestro tiempo y anonimato. Necesario.