La felicidad de Oriente no es otra que consumir.
Pedro Nebot
Hace ya bastantes meses en el calendario que la palabra ahorro ilumina e ilustra mi árbol de la austeridad. No haber concebido hijos es el principal leimotiv, y eso, que lo acabaría intentando al estilo Petinto sin obtener ningún milagro. Me sabe mal por mis sobrinos pero ya son mayorcitos. Se quedaron temporalmente sin estrenas ni reyes. Tío rosoño. Lo poco que les deje en el futuro será para ellos. Lo saben.
Al menos, en estos días, estaremos protegidos de la absurda polémica o cruce de acusaciones sobre la “subvencionada” e inoperante cabalgada de las Reinas Magas por la ciudad, eclipsada por el nuevo gobierno popular de Catalá y sus legionarios. Me sabe mal por Joan Ribó pero tal ocurrencia era innecesaria.
En la infancia viví unos reyes que hasta el papel de celofán se aprovechaba para cubrir los bocadillos del recreo de la calle Salamanca 45. Mi vieja nos recomendaba desempaquetar los presentes con mucho mimo. La gallega lo tenía claro, salvo los bocatas de atún o anchoas que viajarían en papel de aluminio por una cuestión de higiene y salubridad, el resto de la carta, en celulosa reciclado.
Tras el tsunami real aprendimos a reubicar los colocas en cumpleaños de compañeros de pupitre o amigos de la actividad deportiva. El curso era largo. El bar del colegio amplio. La barra limpia. Los bocadillos de tortilla con alioli de Benito excepcionales.
He crecido bajo la tradición milenaria de la rendición a la fábula de la mirra, el oro, el incienso, los camellos, los dátiles, hoy reconvertidos en joyas, PlayStations, iPhones, patinetes eléctricos entre otros.
Endiosados o endosados como un pagaré al seis de enero, la jornada está repleta de excesos, de contenedores generosos con el cartón, de obsequios no necesarios, completando los armarios y roperos de enseres. Deberíamos en cualquier caso replantearnos unos reyes despojados de la febril y mágica idea de basar la felicidad en un regalo.
Toda la razón, pero ahora en la soledad de la mañana de reyes no echo de menos los regalos lo que si me falta es la gente que quiero y lo bonito que era estar a su lado. Cuando pierdes a tus padres, es es la magia que te falta y no la de los regalos. Lastima no haberlo tenido más presente cuando desembolvia los regalos.
Precioso y cierto Peter. Feliz año