La «españolidad» del tifo

(Foto diario Marca)

Los ultras madrileños se convertirían a principios de la década de los años noventa en fuente de inspiración ideológica para cientos de jóvenes radicales del país.

El mensaje italiano dejó de ser un referente, y frente a la hegemonía impuesta por los ultras de la ciudad de Madrid, surgieron las primeras voces detractoras en clara oposición a la política establecida desde la capital de España.

Las autonomías periféricas más identificadas con el nacionalismo, País Vasco, Cataluña, Galicia y Navarra optaron por otro camino. La situación degeneró en un enfrentamiento casi a diario, y el espíritu carnavalesco de los años ochenta afrontaría una nueva etapa con los afines al movimiento ultra y los antiultras.

Gradas como las surgidas en Barcelona, Gijón, Valencia y Sevilla que habían sostenido y liderado el tifo nacional en algún momento de los ochenta no superaron los problemas internos de sus colectivos cayendo en un vacío de poder e ideológico.

Dicha situación acabó por dar ventaja, beneficiando a los hinchas de los clubes del Real Madrid y Atlético, que acabaron por implantar su estilo y filosofía al resto de gradas sin ofrecer muchas opciones o alternativas.

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