«No estamos para fiestas«, parafraseaba mi vieja en la mediana que cruzaba el duelo. La gallega pellizcaba la razón y sujetaba con pinzas al saber estar ante cualquier adversidad. Había que encajar bien el luto, y ella sabía hacerlo cómo la mejor ante cualquier deriva.
Pensaba que los capitalinos habíamos superado el terraplén del provincianismo, dejando atrás la condición de pueblo. Han pasado los días, sigo desencajado y enojado ante la incompetencia de las competencias. He tenido que recurrir a las moralejas del actor Paco Martínez Soria, y a las íntimas lecturas de Josep Plá para sobrellevarlo.
Las pérdidas humanas son inexplicables. Inaceptables. Irreparables. Las materiales con un poco de paciencia y una inyección de gasolina volverán a su cauce. Yo tengo claro quién es el Joker de la película, no hace falta examinarse, también sé que Juan Roig no es Batman ni Amancio Ortega, Superman. Para muchos, héroes, no siendo mi caso, y lamentándolo mucho porque la madre naturaleza haya eyaculado sobre nosotros.
Me costó vomitar el pasado domingo, que una ciudad previamente sumida en un auténtico caos, respirando el intransitable aroma de la falta de los servicios públicos con una movilidad atacada de los nervios, y con nuestros vecinos del área metropolitana embarrados en el tarquin, viera con buenos ojos salir a correr la maratón por las calles del Cap i Casal. Las ayudas lentas, los negocios rápidos.
Había fundamentos sólidos, razones de peso para cancelar la carrera y aplazarla en el calendario. La ciudad de València no estaba preparada.
Primó la economía a la recuperación del bienestar de miles de ciudadanos que siguen hoy sin medios de transporte, con sus hijos en casa sin acudir a las escuelas, con muertos por identificar, con toneladas de residuos por recoger en las carreteras, con miles de coches en las cunetas, con infraestructuras dañadas, y con un sistema de ayudas primario.
Por si fuera poco, València ciudad es el tercer municipio de los 78 afectados con más muertos en su haber (17) y con el Cuerpo de Bomberos en pie de guerra.
A los palmeros que cortejaban al patrón de los alimentos, que bajo el perverso slogan de la carrera de la solidaridad, voces insensibles reclamando que la promoción turística de València debía primar en el mapa les faltó un mínimo de acompañamiento, decoro y respeto por las víctimas.
Por desgracia todo se arregla con el maná de las ayudas económicas de los señores feudales de la nueva economía, que amparados por el sistema se sirven del sistema.
Que la futura reconstrucción del territorio valenciano dañado no siga los pasos de New Orleans tras el Katrina. De ser así, el pueblo y el estado tendrán que rendir cuentas en el futuro a sus verdugos, el capital privado, y todo esto es lo realmente peligroso de la democracia.
No era necesario con tanto dolor y tragedia todavía aún en los pueblos afectados. Todo el despliegue de medios, policías, Samu, protección civil y un sinfín de efectos, en esos días previos a la maratón, durante y después hubieran estado en zona cero de la Dana, se hubiera adelantado muchísimo, pero muchísimo y el presupuesto para la maratón destinado a los afectados.