ETA había asesinado en Madrid a Francisco Tomás y Valiente días antes de que el Valencia disputara su encuentro frente al Atlético de Madrid. La grada del Gol Gran andaba fuerte. El equipo de Luis Aragonés también.
Llevábamos semanas ultimando el tifo para recibir al equipo colchonero dando aliento a los nuestros. La idea surgiría en una de las clásicas asambleas de los jueves celebradas en Comidas Castillo.
Cuatro mil banderas blancas y negras acompañadas de un gran despliegue de banderones en las sillas de gol. El montante del tifo pasaría por muchas manos, participando un gran número de jóvenes del Gol Gran.
La colaboración fue máxima ante un trabajo hecho a contrarreloj, debiendo de crear una cadena de montaje que daría vida a un gigantesco mar de banderas.
Compraríamos plásticos blancos y negros, además de astas de madera, y muchas, muchas, grapas. La terraza del Bar de Manolo, entre cerveza y cerveza fue nuestro lugar de trabajo, reconvertida en una pequeña fábrica de la industria del tifo.
Cada vesprada al volant de Mestalla, y durante un período de casi dos semanas, nos reuníamos un número importante de efectivos para avanzar en los preparativos de sin duda, y después del tifo desplegado en el fondo norte frente a la Roma, ofrecer un espectáculo jamás visto en Mestalla.
Javi Molina se responsabilizaría de las telas para diseñar nuevos banderones. Una, a una, fueron grapadas las cuatro mil banderas blanquinegras.
Horas previas al choque la organización fue mayúscula. Un gran equipo de chicos y chicas del Gol Gran distribuiría en los vomitorios de acceso al espacio central de la general dos banderas, una de cada color a cada uno de los asistentes.
Desde el micro pedimos la máxima colaboración para que cada vez que la megafonía de Mestalla anunciara el nombre de un jugador del Valencia, se levantara una bandera distinta, intercambiándonlas para culminar el montante con una explosión de júbilo.
El tifo no había finalizado. Seguimos tifando y honrando la memoria de un demócrata. En el minuto de silencio ofrecido por el club al que fuera presidente del Tribunal Constitucional levantamos entre un férreo silencio y en forma de crespón las dos mil banderas de color negro.
Nos nos hizo falta reivindicar nuestra españolidad, ni alardear de patriotismo, ni insultar a los terroristas de ETA, ni aún menos vociferar el clásico «puto vasco el que no vote es«
Con aquel tifo rozamos el olimpo. Días después y tras una conversación telefónica con uno de los líderes y amigo personal de Frente Atlético, confesaba que no había visto nada igual en las gradas españolas por la belleza y ritmo impreso.