Teníamos que estar vigilantes como la labor que realizan los agentes forestales, para que los rats penats no dejarán de peinar los mediterráneos cielos del viejo Mestalla. No bajamos la guardia aún estando la tesorería en números rojos y la caja sin blanca.
La imaginación y el ingenio siempre nos acompañaron desde un primer momento. Si no era uno era el otro, y obsesionados con tifar cada jornada, con el espectáculo del murciélago nos superamos.
Recuerdo que fue una Semana Santa resucitando a un rat penat de los aledaños de la general. Aquella ingeniería programada con una modesta cadena de montaje nació del ingeniero Galdón.
Javi fue un arquitecto de la grada. Siempre estaba ocupado por el grupo. El gerente clásico de toda la vida que te marchas una semana y al regreso todo sigue en su sitio.
Le sobraba tiempo porque era un buen estudiante. Centrado en la vida, no fue un chico de mucha farándula y excesivo jolgorio hasta bien entrada la mayoría de edad.
Su número sigue en mi diario de los recuerdos. Nos no hace falta vernos. Hablar una o dos veces al año basta. Hicimos carrera juntos, en la escuela, en el deporte, en la grada y en la noche. Uno más de la familia. Mi sexto hermano, el mellizo.
Días previos al choque, Galdón, que no Galdós, propuso en una de las asambleas levantar a la egipcia con mástiles una megafigura pintada de un murciélago construida a base de cartones. Cartones que fuimos recogiendo de hasta los contenedores.
Al hincha con alas y patas le acompañarían un mar de banderas blancas de buen tamaño, que con rollos de manteles de las clásicas cenas de sobaquillo, fuimos cortando y grapando a las finas maderas durante las hastias tardes de una ciudad con un Miguelete echando la siesta en el obrador del horno de Lahuerta y en el Bar de Manolo.
El resultado, un tifo de galería para la galería que se recuerda por su originalidad y e impronta modestia.