Recibí la noticia de la demolición de las instalaciones municipales deportivas de El Saler como si me hubieran clavado un puñal por la espalda. Escocido, con el paso de las lluvias y las sequías, sigo sin aceptarlo. A muchos valencianos nos privaron de una buena dosis de salud que ejercitábamos a través del deporte.
Con el derribo, pinchaba aquel balón de oxígeno que respiramos un día de la semana fallera un grupo de amigos y yo. El polideportivo de El Saler era nuestro punto de reunión con el fin de purificarnos antes recibir a la nit de San Josep. Un partido de fútbol con sus respectivos estiramientos fue la excusa para renovar la sangre de cada uno de los asistentes.
Las latas de cerveza de El Aguila, el tabaco, y los talegos de hachis se quedaban en casa. Solo viajaban en el equipaje de mano las prendas deportivas, algunas pesetas y los radiocasetes que nos amenizaban con la música de O.M.D, Housemartins entre otros.
El trayecto era corto pese a desplazarnos por València y en autopista. Las Fallas de los ochenta fueron duras, los conciertos apoteósicos y sus decibelios ruidosos. Costas asumió sus responsabilidades. Rita Barberá las acató.
Sin salir del pulmón verde, El Parque Natural de L’ Albufera, dejé de entender como el primer hotel de cinco estrellas aperturado en la ciudad de València echaba el cierre. Aún mastico el menú de la boda de mi hermana Dolores con su prometido Pepe en el Sidi Saler. La madera del hall, sus inmaculados salones, el olor a pino son pasto de mi Instagram analógico.
La dantesca situación de dicho complejo hotelero, cerrado durante muchos años, con un vigilante de seguridad custodiando para frenar la posible avalancha de los sin techo, o los tan de moda okupas, no creo que haya mermado los balances de sus anteriores propietarios, dos entidades financieras, ni perjudicado los dividendos de sus accionistas, que han traspasado la licencia de actividad de dicho activo tóxico a un fondo de esos que el populacho ha bautizado como buitres.
El anterior gobierno del Botánico se mantuvo en sus trece. El derribo era la única solución. Hasta ahí uno puede estar de acuerdo o no, yo hubiera apostado por la municipalidad del edificio para destinarlo al uso residencial para los mayores de nuestras pedanías que forman los Poblados del Sud.
De no ser así, el Ayuntamiento que dirige la “torrentina” Catalá, no debe disipar duda alguna sobre el futuro del inmueble, lo mismo que le sucedería al Palacio Real de València, desmontar piedra a piedra para fortalecer el espigón del Puerto.