(Foto: una treintena de valencianistas en el monumento de la afición en contra de la venta del club a Meriton)
Intentando emular a otras acampadas, la vivida en los alrededores de Mestalla en octubre del 2014 no cosecharía ningún éxito.
Mi vida seguia acumulando derrotas. Éste fue otro peldaño más en el sótano de mi fracaso. Tampoco me importaba ni lo más mínimo. El tiempo nos ha dado la razón a los treinta del patíbulo.
No creímos en el cuento chino. No capitulamos. Ni cedimos al chantaje del nuevo fútbol. Tampoco acudiríamos a la recepción real de los magos de oriente. No eran reyes, más bien unos cretinos. Aprendimos la moraleja de Luis García Berlanga.
La jornada de mayor asistencia, a lo mucho, no sobrepasó ni un centenar de aficionados del Valencia flanqueando el monumento de la afición.
No fuimos capaces de conseguir ni unos mínimos aceptables, y nulo fue nuestro poder de convocatoria visto el pobre bagaje.
Estuvimos con la historia hasta el día de la fumata blanca, cómo el que acompaña a su fiel mascota en su despedida. Amargo, mal trago, incluso doloroso porque nadie respaldó la plataforma que surgió de la espontaneidad. Ni su propia tertulia. Ni el amor al bar Torino.
Estar al lado de Meriton era una moda contagiosa. Para muchos fuimos unos chalados y en cierto modo no se equivocaron.
No serviría para nada. Bueno sí, para reencontrarme diez años después en el centro de la foto, rodeado de grandes amigos explicándoles que hicimos lo correcto. ¡Amunt!