Antes ultra’ que estudiante

Había encontrado un hueco en el liderazgo de la grada debido en buena parte al vacio sembrado por la extinta junta directiva que lideró el “Orejas”, propiciando que metiera la cabecita entre los más aguerridos.

Nunca fui, ni lo intenté ser de profesión duro. Prefería la organización de la grada a lucha callejera. El cántico al insulto. Las pancartas a las piedras. Menos aún, disponer del carnet de matón. No iba con mi carácter. Ni con mi personalidad ser un malote.

Luis Miguel Arechavaleta, “alias Yogui” tomó las riendas del nuevo Yomus. Yo seguía en Lubos. Escorado pero visible. En la Fossa. Nos habíamos italianizado. Radicalizado.

Ambos grupos compartíamos fondo en Mestalla, y comenzamos una etapa de colaboración, disciplinas e inercias, que desde luego acabaron no siendo lo esperado.

Los sobresaltos se habían apoderado del ambiente general. De la grada. De la avenida Suecia. De Micer Mascó. La simbologia externa, ajena al interclasismo fundacional del fútbol sacaba músculo. Un fuerte huracán embruteció las palabras y las exabruptas pancartas rozaron lo macabro.

El tifo bufaba por otro camino. No era época de bubucelas, bengalas, ni de nitrato potásico, aperturando las puertas a su mercantilización y comercio, y que más adelante, la Agrupación de Peñas aprovecharía el tirón convirtiéndolo en un producto más de consumo entre el resto de los abonados al Valencia.

Los aficionados sabían lo que era un tifo. Los medios tradicionales se encargaron de darle un protagonismo que no lo merecía. Muy pocos hinchas lo sentían, vivían, para los neófitos, algo parecido al deleite de un orgasmo. Consumida toda la pirotecnia de las gradas por culpa de un imprudente, que causó con el disparo incontrolado de una bengala marítima la muerte de un niño en el mítico Sarría.

Recuerdo la quiniela de la jornada como si fuera hoy. Mi tío Nacho, en un día de las fiestas josefinas, nos trasladó la trágica noticia a mí y al resto de compañeros, que enjugazados nos emborrachábamos con el disparo de cohetes en la puerta del casal fallero de Isabel la Católica.

Los transistores echaban humo. El luto teñia el fútbol español. Aquella vesprada de Fallas la pasé triste. Guillermo no se lo merecía. Nadie debe morir en un campo de fútbol. Ni dentro ni fuera.

Habría que reinventarse. Encender un producto pirotécnico del amplio catálogo de una náutica costaba casi acabar entre rejas. Desterrado. Mal visto. Sin poder competir con las aficiones visitantes en las competiciones europeas. La Comisión Nacional Antiviolencia se encargó de endurecer las leyes y catalogarnos de borrachos y delincuentes. Creo, fue positivo, por lo menos en territorio español. Aunque, hay que matizar que no fue un ultra quien hizo mal uso de la bengala.

Los mosaicos subvencionados modernizaron y hechizaron los minutos previos al comienzo del choque. La escena quedaba pixelada por un puzzle de celulosa. Cada domingo se superaba el récord Guinness de cartulinas. Absurdo. Aburrido. impropio. En el Nou Camp costeados por un diario deportivo. En otras gradas por los mismos clubes o presidentes. Un despropósito, que para los puristas fue el punto y final a una era repleta de simbolismo y mitos….

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