En esta vida el éxito se postra tras la muerte, un estado lúgubre y genuino que el tiempo me ha dado la razón. Particularmente no me interesa en vida, en la otra, dios, si existe, dirá. No sé si el infierno será buen escaparate..
Intento no consumir pornografia corporativa. Fácil receta, no enchufar la televisión, no participar en la redes, reducir a mínimos la vida social, escuchar la radio, y por supuesto leer medios transversales.
Paso casa mañana por una de esas marquesinas de la EMT que cada mes se envuelve en un kinder sorpresa. La Preysler nos dio la lata con los Ferrero Rocher cada Nadal. Unas veces me fijo en el mensaje y otras no.
El otro día me sorprendió ver una hamburguesa de autor, firmada por uno de esos chefs con cresta, formado en un barrio obrero como es Vallecas, dudo mucho que los Bukaneros, ultras del Rayo, le dieran de alta en el censo de abonados. No era un trampantojo, era tan veraz como subir al autobús.
Desde luego, este joven tiene sus huevos, ha sido tan valiente de aumentar el precio del menú en uno de sus flamantes restaurantes, en un tiempo que la gente no tiene ni para comer.
No daba crédito a que este cocinero de alta reputación, se preciara a tal menester para favorecer publicitariamente a una multinacional de comida rápida, que lo único que genera es envolver sus verdes y sostenibles menús de colesterol y grasas saturadas.
Hasta ahí lo puedo entender. A este tipo le debe gustar mucho el dinero. Es respetable. Quizás con esta degustación sibilina haya perdido el respeto como cocinero.
Yo conocí y recorrí una ciudad, València, que la comida rápida no representaba ni un pizca de sal en la paella del capitalino. A la postre un King en el Ayuntamiento, un local de pollos fritos en Joaquín Costa, y como novedad un Bic Mac en Nuevo Centro.
En aquella ciudad seatizada y de Cuéntame salíamos de media los valencianos a 250.000 habitantes por restaurante.
Para escribir este artículo, cuarenta años después, el padrón sólo ha aumentado en 50.000 ciudadanos, y en la contra, solo las dos multinacionales de manufacturaciòn de hamburguesas y derivados contaban con una treintena de locales abiertos en València.
Es decir, hoy, salimos a unos 26.000 habitantes por local de comida rápida de hamburguesas. Esto sin contar con el amplio abanico de un sector atomizado, que no solo la buguer es la reina de la copla, las salchichas, las pizzas, el taco, o el arroz chino entre otros abarcan el amplio sector de la restauración del fast food en el Cap i Casal. Hagan números, y en Navidad, lo comparten en sus muros con amigos y familiares .
Lo más gracioso de todo este embrollo es la doble moral con la que actuamos. Mientras le damos al pulgar presionando el emoticono de la tristeza por el cierre de un local de solera de la ciudad, sentados ante una bandeja de plástico en un restaurante de comida, nos papeamos un whopper acompañado de patatas fritas.
Hipnotizados por esta comida prefabricada y barata, seguimos obsesionados en instalar la american lifestyle en una ciudad próspera pero sin alma.
Hace unos días en la ciudad de Gijón “las colas del hambre” fueron kilométricas para beber un sorbito de café en un vaso de plástico. No sé qué opinarán de todo esto los nuevos patriotas, yo lo tengo claro, de un michelin al michelin gracias a los bocadillos de la carta de la Pascuala. Amén.