En la era Trainspotting siendo un cliente más del Kronen devoraba casi a diario cada página escrita por un joven Ray Loriga. En ese tiempo caería en mis manos un ejemplar de la revista Zona de Obras, y en él, descubriría un artículo sobre la función social del fútbol.
Aquella columna me sedujo. Letras frescas, brillantes y avanzadas a su tiempo daban una lección sobre lo que el deporte rey representaba en cualquier sociedad moderna y antimoderna.
En resumidas cuentas, por no aburrir, el balompié jugaba un papel destacado sobre el césped del interclasismo. Esa era la esencia del fútbol y sus adyacentes.
Era verdad, en la práctica, en el fondo norte de Mestalla convivian en el cemento, estudiantes, obreros, parados, pijos, maleantes forjando una gran amistad. Después vendría con la american lifestyle el doble whopper que lo acabaría jodiendo todo.
En 1994 salí de la caverna con una permanente al embrutecimiento. Detesto el tinte. Es de horteras. Digo esto porque entendí que el insulto y la violencia verbal no conducían a nada, ni a nadie en un estadio.
Había que aparcar ese pasado malsonante. El siguente pase fue el dedicarnos a construir una grada alejada de cualquier fervor racista, del patriotismo político desterrando la violencia gratuita.
No debíamos seguir siendo víctimas del odio, ni del rencor. Educar, mostrar y enseñar a las nuevas hordas de jóvenes valencianistas que la política se aparcaba en las calles de Juan Reglá, Micer Mascó o avenida de Aragón.
Ese era el camino a seguir. Respeto por todos. El nuevo bautismo. Así fue. Lo corroboro. En el nucleo duro del Gol Gran dejó de entonarse el ¡Guti, Guti, Maricón! o ¡Puta Barca, Puta Cataluña!.
Dichos estúpidos cánticos fueron sustituidos por el del palco vip hay mucho borrachín entre otros. Esa fue la filosofía del Gol Gran, pura socorraneria, exquisita crítica y un manantial de sátira. No en todas las jornadas funcionó, pero sí en la gran mayoría de las quinielas que participamos. Aunque siempre había algún energúmeno o idiota que se saltaba las reglas a la torera.
Algo sé de todo esto pese a que algunos se empeñen en negarlo. Como decía Umberto Eco imbéciles hay en todas partes. Lo corroboro.
Dando un salto de página me irrita que se quemen banderas o se silben himnos en las finales. Conductas que hay que reprobar siempre, como la homofobia o el racismo. Incompatible con el deporte.
Por poner un ejemplo pese a no estar de acuerdo con la segunda y petrolífera invasión de Irak, Zapatero faltaba el respeto al pueblo americano por el gesto de no levantarse en un desfile ante la bandera de los Estados Unidos de América a su paso. Un error garrafal del expresidente socialista.
Hace unos días, España se proclamaba campeona de Europa, y con ella vendrían las clásicas celebraciones o recepciones oficiales. La de la Casa Real paso de darle bombo, creo en una sociedad justa y libre, no sólo de humos, sino de monarquías.
Prefiero escribir y opinar sobre la más golosa, la más viral, la celebrada en la Moncloa con un pitbull sin correa que estuvo cerca de morder al presidente Sánchez.
No sé si debo recordar pero últimamente los jugadores del Real Madrid siempre están empastando todo. Vinicius o Mbappé y el reciente Carvajal.
Este runner no me cae simpático. Juega en Real Madrid. No siento ninguna simpatía por ese equipo. De xicotet aracancaba las páginas del equipo de la Castellana. Crecí sin los cromos de los jugadores de los hijos de Mendoza
Pienso como muchos que el otro día Carvajal se equivocó. Este chico, jugador del fútbol, millonario, no sé si estudiaría en un colegio católico o del Estado, pero creo que no habrá visto o leído Troya. La jodida PlayStation les omnibula en las concentraciones.
En una secuencia de la obra de Homero, el rey Priamo le dice a Aquiles “a un eres mi enemigo esta noche, pero hasta los enemigos se mostran respeto”, cosa que Carvajal no hizo con Sánchez.
En esa recepción oficial le hubiera permitido a Carvajal coquetear con la hipocresía. Era su obligación como jugador de la roja. Lo hizo con Almeida y Felipe VI, ¿Por qué no con Sánchez? Sólo faltó un ¡Qué bote Ayuso!