Una de las mentes más brillantes, razonadas y lúcidas que ha dado la literatura contemporánea ha sido la del profesor Eco.
El otro día, sin ir más lejos, el autor de El nombre de la rosa sin celebrarse el Día de la Rosa, era citado y aupado por el Presidente del Gobierno. Éste hacia un alto en el camino, es decir, un parón de su agenda pública.
Secuestrada, el cónclave duraría poquito, un fin de semana, no habiendo fumata blanca ya que no había que nombrar jefe del partido, y por lo tanto el presidente se ratificaba otra vez presidente.
Sus fieles seguidores, sin ir a elecciones coreaban el ¡Pedro quédate! ¡Pedro quédate!, chascarrillo aburrido y con tono de suplica fanática que era el mismo, que sonaba al finalizar la temporada para que la estrella del Valencia C.F no se marchara a otro equipo rival.
Yo apenas entendía lo que estaba sucediendo en la política nacional, en el desgobierno de un gobierno en caída libre, hasta que el presidente se refirió al fango en un mítin en Barcelona.
Embadurnado o no, en un primer momento quedé anonadado porque no encontraba razonamiento alguno para aplicar la vieja teoría bautizada por Umberto Eco.
El fango, el de Eco, se traducía en crear una sospecha o extrañeza sobre alguien extendiéndola a su vida privada. Nada más y simple que eso.
Un ejemplo de calvario que sufriría el profesor Eco, fue al ser noticia en un diario de la propiedad del empresario Berlusconi, siendo el profesor fotografiado cenando en un restaurante asiático al lado de un muchacho.
Aquella news ponía en marcha la maquinaria del fango sobre Eco, generando una duda sobre el patriotismo del filósofo al comer en un local regentado por extranjeros, y sospechando de su sexualidad al verse rodeado de la compañia de un jovencito varón.
La respuesta de Eco fue clara, en ese local llevo cenando la friolera de más de diez años e invito a mis alumnos de clase. Aquel día solo vino uno de ellos (fue portada por haber hecho una dura crítica al gobierno italiano de Forza Italia)
Después de todo seguía sin entender porque Sánchez propagaba a los cuatro vientos que la máquina del fango le perseguía a él, su mujer había hecho una declaración de interés pública con la intención de apoyar a una empresa que participaba en un concurso público.
Hoy sigo sin entenderlo, sigo sin explicarme cómo sus asesores, tantos y tantos a cargo del erario público confunden la ética y la transparencia política con el engranaje del fango.
Quizás, el otro apóstol de su anterior gobierno progresista, Pablo, el de la otra iglesia, sí que sufrió capas de tarquín en algún momento de la anterior legislatura.
Pues porque quien realmente practica la política de arrojar fango, es él con este tipo de actuaciones.