Si por algo nos caracterizamos los valencianos es por poseer y disfrutar de un aeropuerto de andar por casa. Fue València, casi la primera ciudad española (para los anticatalanistas, podéis regocijaros, antes que Barcelona) en estar conectada con una terminal subterránea. Al final de la cosecha, en la meseta se adelantaron con las obras de la T-4.
A Manises ya le toca el gordo demasiadas veces, no le hace falta más premios. Manises (aeropuerto) no se debe tocar ni ampliar por muchos motivos, pese al obsesivo interés de ciertos lobbys empresariales, que sólo les importa el beneficio frente al bienestar del resto de la sociedad valenciana.
¿Dónde meteremos los 17,000 millones de nuevos pasajeros según el estudio elaborado por las Cámaras y el Gobern?
Lo han conseguido con el Puerto y ahora toca el aeropuerto.
La sensata respuesta de la alcaldesa de Manises no se hizo esperar ante tal despropósito de la Generalitat y empresarios valencianos.
-¡No es necesario!-
Me pongo en la piel de los vecinos del municipio de la cerámica y los almacenes chinos, así como la vecindad originaria de los barrios de la Fuensanta y otros tantos del Cap i Casal que sufren el soroll de los areroplanos en sus salidas o llegadas. El descanso es un derecho.
Descubrí el aeropuerto muy chiquito gracias al volante de un Seat Panda blanco ahuesaso que conducía uno de mis hermanos. Éramos los encargados de recoger las maletas de mis viejos en los vuelos procedentes de las Islas, Menorca y Mallorca fueron sus principales destinos a finales de los años ochenta.
Manises antes de su renovación, fue un areopuerto de Cuéntame, de arquitectura soviética y con olor a hospital del este. Sin grandes lujos, rancio, sin plazas de parking, con pocas maletas y menos departures. Por no haber, no había ni un Burguer King.
-¡Una pena!-
Yo le tengo mucho respeto a los motores del avión. París, Roma, Madrid, Lisboa, y otros tantos aeropuertos de ciudades españolas y europeas no se han librado de mís aterrizajes.
Sí puedo evitar desplazarme por las alturas, lo hago. Lo intento. El tren, el coche y el barco son escudos humanos o técnicas de combate para enfrentarme a mis miedos a volar.
Pese a no ser una mente que se rija por la modas, éstas suelen ser pasajeras, estaría de acuerdo en añadir en el luminoso de Manises el nombre del universal Juan Genovés.
En apenas unos días, mediados del mes de la flores se cumplirán cuatro años de su marcha, y las instituciones valencianas siguen ignorándolo, visto lo visto, a lo mejor fue por no pintar en valenciano.
Abrazos…