Fue en aquel local menudo, sobrio y de ladrillo de caravista donde escuché por primera vez la canción dedicada al payasito Pablito Aimar. Un ensayo. Un directo. Había madrugado, era un día de San Valentín como otro cualquiera, sin hacer el pino, estaba en paro, y Rafa Lahuerta me esperaba en su furgoneta blanca amotinada de sacos de pan y restos de harina.
Le acompañaba esa madrugada de Champions a repartir los pedidos por la vieja ciudad de Ciutat Vella. Ese día no acudiríamos a Comidas Esma. Debía dormir. Descansar. El huevo en la ensalada siempre subía casi doscientas pesetas el cubierto.
El quiosco del Pareterre ubicado a las afueras de los jardines del solemne Jaume I, que solía visitar con mucha frecuencia en mi adolescencia para comprar cintos, hebillas, y camisetas de grupos de rock.
Sí la memoria no falla, el viernes era el día de la puesta en escena y posterior peregrinación a los tenderetes, hasta que por decisión higiénica y popular lo escondieron por vergüenza en la Plaza de la Merced a espaldas del sex shop Espartacus.
Creo que algo tuvo que ver la dirección de El Corte Inglés o la sección de discos en el traslado. Los hurtos eran constantes y los robos de cintas de los Pet Shop Boys también.
Aún conservo en el olfato el colocón a cuero e incienso que uno se metía en cada visita a los hippies. Me ha pasado lo mismo con el Mercado de la Pulga o Rastro de València que ya no lo he pisado en su nueva ubicación ¿Pereza quizás ?
Escribo esta columna porque hace unos días leí en la prensa escrita que el Ayuntamiento de València, obras y derribos, piensa liquidar dicho local. Puede parecer una tontería, pero esa barra callejera arrastra mucha historia, algunas leyendas urbanas y noches de mucha solera.
Pedir clemencia por el quiosco sería lo más racional o sensato, salvando de la guillotina este punto de encuentro, ícono de aquella mística y desproporcionada ciudad llamada València.
Una polis, real, no ficticia, la de arrancar una noche y poder beber una cerveza a las dos de la madrugada pudiendo comprar las primeras ediciones de los periódicos a la heráldica Ventura, que luego vendría la cadena VIPS, de la familia Arango, y lo estropearía todo.
Si todo sigue su curso, València ciudad acostumbrada a derribarlo todo, contará en su catálogo otro inmueble más para el recuerdo. Inmortalizar el quiosco del Paterre es hacer justicia. Vamos “Pablito Aimar que la gloria llegará”…