Víctor Hugo estuvo en lo cierto con la famosa teoría que planeaba sobre el hecho histórico de la resurrección de Jesús, carecía de base científica. Recalcar que sí hubieron testimonios de la época del regreso a la vida del crucificado. Cuestionados o no, son respetables. Hasta la fecha yo no creo en ellos.
Cada ser humano, desde la libertad, practica la religión o su fe a su manera. Soy pragmático. No soy de santiguarme con agua bendita. Nada creyente de fabulaciones ni de mitologías. Sí creo en el calvario y sufrimiento que padecieron mis viejos para que pudiera estudiar, vestir, comer, viajar y disfrutar de una vida relativamente cómoda.
No sólo lo hicieron conmigo, también con el resto del cordón umbilical que formaron mis hermanos. Estos hechos son contrastados, científicamente e históricamente por los siglos de los siglos ¡Amén!.
Lo único que pido es volver a reencontrarme con ellos en un futuro, y certificar que son los únicos dioses de carne y hueso a los que aferrarme.
Un 15-M regresaba de Barcelona por trabajo. Mi mujer por aquel entonces no paraba de machacarme telefónicamente, para que una vez hubiera circulado el asfalto de València volviera a casa. Hice caso omiso al órdago enviado.
Estábamos mal. Muy mal. Cada uno dormía en una habitación. Separados. Aquella noche a puertas de la gran fiesta josefina decidí evadirme, y la última conversación que mantuve con ella fue la de separarnos. Acertada. No fui a cenar. En un gin tonic de vaso ancho, en un bar del carrer Jesús, acabaría el celular que me había regalado. Uno de esos inteligentes, el móvil, el de la manzanita.
Nos divorciamos a los dos meses regresando a casa de mis padres. Mi viejo había muerto. La mujer estaba preocupada. Por el contrario yo estaría bien. Feliz. Necesitaba huir de ese bucle tormentoso. El matrimonio me vino grande. Empezaba a respirar. A ser yo.
Un mes después de la ruptura, mi vieja junto a una unos amigos decidieron viajar en Semana Santa a Roma para celebrar la Pascua. Mi madre me invitaría al viaje, durmiendo con ella los cuatro días en un hotel propiedad del Vaticano cercano a la Fontana de Trevi.
En Roma hice mis pinitos. Iba por libre en muchas de las ocasiones, y por fin en ese desplazamiento aprendí a comer cocina tradicional y antigua romana en un restaurante llamado Le Laterne. Les perdí de vista hace unos años en la redes sociales.
Frente al hotel estaba situado un pub irlandés, y todas las noches, después de cenar me bajaba a tomar unas pintas y entablar amistades con otras personas de distintas y variopintas macionalidades. La nit del sábado al domingo acabaría, una vez cerrado el teatro de las cervezas, con los propietarios del local contiguo. Eran sicilianos. Una tapadera. Seguro. Buena gente. Adictos a la Nutella.
La noche se acabó, subiendo en el montacargas del hotel me topé en la puerta de la habitación con mi madre. La mujer bajaba a desayunar porque se piraba a la tradicional misa de resurrección que oficiaba el jefe de la iglesia. Yo me fui a dormir.
En aquella visita a la ciudad eterna volví a resucitar. Volví a emprender una nueva vida, y mi madre, al menos venció a los demonios del divorcio. Todos por lo menos resucitamos alguna vez en esta vida, ahí están los hechos, contrastados.
Me gusta lo que cuentas y cómo lo has hecho: a tropezones, como debiste vivir esa época.