El conserje; un «oficio» que no debe perderse.

En un impasse de la vida barajé la opción de presentar mi portentoso currículum a algún administrador o presidente de finca. En la de mis viejos no podía ejercer la profesión al no cumplir con ciertos requisitos que no vienen el caso. 

Los candidatos al puesto de la conserjería del número cien debían haber corrido muchas primaveras. Yo, por aquel entonces era un pipiolo, imberbe e incrédulo. 

Tras el rechazo laboral buscaba algún edificio por la avenida Blasco Ibáñez o el carrer de la Guardia Civil que requiriera un vigilante para la noche. Necesitaba vivir la nocturnidad con un  mejor sueldo, mayor tranquilidad y poder escribir. 

No pudo ser y desistí en el empeño. Tampoco he sido un hombre de grandes aspiraciones laborales. Me interesa vivir sin preocupaciones, y eso no lo consigue el dinero.  

En Pintor Salvador Abril 44 nací y apenas viví. Dos años. Sé por la hemeroteca familiar que no disfrutamos de conserjería, pero sí de una tal Camila (propietaria del negocio del bajo que hacía chaflán, una antigua lechería), y que por aquel entonces ejercía entre comillas de portera. 

Al trasladarnos a Reino de València (a mis padres les gustaba ir de estrenos de edificios) lo hicieron de la misma manera al comprar su segunda residencia en la playa. En la nueva ubicación, el cien, la nueva y flamante junta de propietarios decidió otorgar los galones y el control de la portería a un albañil de la obra. 

Ramón, el tipo en cuestión cambió el mono por el traje. El hombre un clásico de los ochenta fue un manitas y lo arreglaba todo. Además coleccionaba revistas eróticas, Interviú, Playboy, Penthouse entre otras. 

Los ochenta fueron años jodidos con algún y continuado robo en el garaje. Los radiocasetes, eran blancos de la ira de los jodidos yonkis que nos abrían los vehículos, para después venderlos en el mercado negro y poder chutarse una papelina de heroína. Aún así la presencia del conserje evitaría malos mayores. 

El portero nos hacía la vida más fácil en un edificio de pisos bajos (quince puertas) y de rentas altas. Nadie tocaba el timbre de una vivienda ni cogía un ascensor sin su permiso. 

Ramón se encargaba de las tareas de limpieza, de clasificar y entregar el correo, de darte los buenos días o las buenas noches, de chivarte los cotilleos, o de las recogidas de basuras entre otras nobles funciones. 

Tras su jubilación fue sustituido por Juan, después por Antonia, otro Ramón y en la actualidad por Mary Ángeles. Alguno me dejo seguro. Personas esenciales y trabajadores familiares que se les acababa queriendo a la fuerza. 

En los últimos años, en cada junta, se proponía eliminar dicho puesto de trabajo. El escrutinio de la votación era siempre el de manternerlo. Las nuevas generaciones preferían la función del portero autonómico, frente a los más viejos del lugar que seguían aferrados a la figura del de carne y hueso. 

Hace unos días y sin ir más lejos, la figura del conserje fue clave, crucial y decisiva para salvar miles de vidas, para derrotar al drama humano o para frenar la tragedia. Julián, el portero, ahora conserje  salvó a cientos de vecinos en el triste incendio de Campanar. 

El conserje es un “oficio”que no puede desaparecer. Hay que mantenerlo vivo, como el de gasolinero. Mi viejo cruzaba el río, teniendo un gasolinera enfrente (autoservicio). Le gustaba que un ser humano le diera los buenos días y le dijera. 

-¿Qué le pongo señor?-

– Llénelo por favor- 

– Pase por caja y pague

Yo he seguido sus mismas costumbres…

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