Lo tenía decidido. Hastiado. Angustiado. El veinticinco de agosto del 2001 abandonaba el Gol Gran. Dejaba de resposabilizarme tras once años al frente de la animación en el «Camp de Mestalla». En el boletín interno del grupo exponía mi marcha.
Una huida sin retorno, despojándome de la militancia de base. La edad, el final de la pubertad, la actividad laboral, y los continuos rifirrafes con amigos de la grada, motivados por los comentarios de ciertos coqueteos con el expresidente Paco Roig en su guerra sucia contra Manolo Llorente, fueron decisivos para autoexpulsarme.
No quería llegar ni a las manos, ni a la indigna situación de no poder ni saludar a compañeros con los que me había criado. Justamente fue en la etapa más gloriosa deportivamente hablando del Valencia. Me perdí la intensidad de los campeonatos de liga conseguidos por las plantillas de Rafa Benítez, pero no dejé de seguir al Valencia desde la más extricta intimidad junto a mi padre, que por aquel entonces era un tribunero más.
No volvería a pisar Mestalla hasta la temporada del doblete, un partido contra el Murcia. Aquella tarde duré no más de15 minutos en mi localidad, encolerizado por la intromisión del debate político originado por el trasvase vomitado por el Partido Popular de Paco Camps en Mestalla con el “Agua para todos”.
Creía haberlo visto todo desde que Paco Roig en 1996 le entregara las llaves de Mestalla a José María Aznar para celebrar el mítin. Me dolió en el alma. Me marché a casa enojado dejando solo a mi viejo ante la cara de sorpresa.
A los años, la única motivación de cruzar el Puente de las Flores era exclusivamente el día “D”, por la visita del Betis. Mi condición antibética marcó mi niñez la temporada del descenso, tras aquel “amaño” en un Cádiz-Betis con empate a cero, que permitió que el Valencia bajara por méritos propios a segunda división. Amén.
