El «chantaje» de las entradas: París no fue una fiesta

Ganarse por derecho o divinidad las opciones de conseguir entradas a una final, por mostrar la incodicionalidad al equipo sería motivo de debate en la tercera que disfrutamos como grupo. Animar sin descanso, actitud que creímos no éra merecedor de ellas.

Hasta la primera y tan soñada de la Champions League celebrada en París en el estadio de Sant Denis contra el Real Madrid no surgiría el debate interno. No podíamos dobleglarnos al chantaje absolutista de una posición radical perjudicando, y arrebatando un billete a muchos aficionados anónimos del Valencia en igual de condiciones, que soñaban con acompañar al equipo en los momentos de gloria.

Habían pasado seis años desde que la grada había echado a rodar. Contábamos en el balance con dos finales de copa, Bernabéu (1995) y La Cartuja (1999). Hasta aquel momento nunca nos lo cuestionamos. Quizás madurez alcanzada de un colectivo asambleario, nos solo nos hizo avanzar en materias como la erradicación de la violencia tanto verbal como física, sino en desarrollar un pensamiento filosofal muy avazando al resto de jóvenes del país en la organización de la animación en un estadio de fútbol.

Siempre que el Valencia alcanzaba el premio de una final, el lío en la ciudad estaba montado. El reparto o distribución de las entradas no contentaba a nadie, salvo a los privilegiados que echaban el guante a una de ellas. La de París menos aún. El Valencia podía ser campeón de Europa.

Por aquel entonces, cansado, y al borde del abandono seguía al pie del cañón con línea directa con el Consejo de Administración. Las reuniones previas a la final de la Champions las compartimos en nuestro foro, Comidas Castillo, un clásico de calle Finlandia surgiendo el debate de aceptarlas o no.

Tras horas de debate durante varias noches deliberamos en favor del sí. El club nos proporcionaría cien de ellas. En aquella final decidí no viajar con el resto de la expedición. Ésta vez, ni una varicela (Bruselas) podría privarme de ver aquel sueño cumplido de viajar junto a mi padre acompañado de algunos familiares. París no fue una fiesta para mí, si para Ernest Hemingway.

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