Finalizado el primer ciclo de la transición democrática con cierta preocupación (golpe de Estado incluido), España se ganó la confianza de los socios europeos con la organización del Campeonato del Mundo de fútbol en el verano del 82. El mundial del Naranjito.
Un evento así, respondía a los niveles de seriedad y compromiso de un país con el resto de democracias en muchas de sus materias (seguridad, reformas, relaciones diplomáticas etc).
El constante esfuerzo por consolidar y ampliar el marco de las libertades individuales se vio amortizado en el famoso diseño de la mascota del «Naranjito», que reforzaba la identidad colectiva de un pueblo afable y divertido en busca constante del progreso.
Los sociólogos españoles han afirmado en todos los estudios y trabajos, que la puesta en escena del mayor evento deportivo del planeta sirvió de punto de inflexión para los jóvenes más inquietos que veían en el fútbol un escaparate. Los primeros contactos.
El mundial sirvió para muchos en la inspiración divina desarrollando una “enfermedad espiritual”, un ritual, una peregrinación que los conduciría al génesis del tifo, y a la renovación más absoluta de las actitudes más barrocas de los forofos españoles que componían las primeras peñas del país.
La reconversión de las peñas juveniles más ruidosas de la época (Las Banderas, Juvenil, la hinchada del fondo Sur, Biri- Biri, Rubén Cano, Los Morenos) en colectivos más organizados apostando por nuevas técnicas en animación.
La internalización de los clubes y aficiones españoles, con el mundial de fondo, en un plano general con la representación de la selección, y por otra parte de una manera más individual de nuestros equipos que participaban en las competiciones europeas, enloquecían a los jóvenes.
El fenómeno del embrión ultra se formaría en el verano de 1982 tras la tarjeta de visita de las aficiones, que contaban con mayor arraigo en sus desplazamientos internacionales arropados por sus fieles seguidores.
Hubo que destacar la presencia de brasileños e italianos por su organización, ritmo y colorido. Si bien, los «azzurros» ganaron el torneo, jugaron con mayor ventaja por la proximidad con la península, el desembarco de su artillería fue notable.
La hinchada carioca dibujó las mejores escenas del campeonato por su belleza acompañado de un monumental despliegue de medios de un ampilo catálogo de utensilos, que figuraban banderas de mástil o de dos astas, pancartas, camisetas y hasta un banderón de grandes dimensiones.