Los valencianos de cruces hacia adentro celebramos hoy la onomástica de Vicente. La festividad del mártir. El día del martirio. Las hazañas de un predicador universal. Una festividad, la vicentina, extendida a otras muchas localidades y municipios de la península. Desde València a Lisboa, pasando por Huesca, de donde era natural el clérigo fustigado.
El 22 es una fiesta tomada por el encuentro religioso. Celebramos el recuerdo de un hombre asesinado a manos de la intolerancia, de un látigo ajusticiador por el emperador romano de turno que se tomaba la justicia en nombre del Imperio.
Para creyentes y no creyentes este día debe servir para concienciarse de que a nadie se le puede arrebatar la vida ni discriminar por su orientación religiosa.
Echo de menos el ejercicio del libre pensamiento en una sociedad, que disfruta del escote de la modernidad líquida, un proceso generador de un debate serio respecto a la ideología y libertad religiosa.
Aunque uno no crea en el evangelio de Jesús Maestro, y se acerque más a los hechos empíricos que defendía desde las letras el escritor Víctor Hugo, de aferrarse a la piel de los hombres y al verbo de la ciencia, nunca debe satirizar con los credos.
Es una cuestión de respeto al culto personal de cada uno. Hasta ruborizar con el humor ha causado un efecto llamada entre los más radicales, llegando a crear mártires por la causa. Me preocupa este tipo de gente que fanatiza sobre sí misma.
Hemos sufrido en vano a lo largo de los siglos muchas matanzas hechas en nombre de Dios. Intolerable e insoportable. El respeto a la libertad religiosa es el discurso que debemos predicar con el ejemplo a las siguientes generaciones para no volver a tropezar con la misma piedra dos veces.
El 22 es un festivo incomprendido para muchos e invisible para otros. Tengo amigos nacidos en el Mediterráneo que aún no distinguen un Vicente del otro. Son disléxicos (para lo que quieren) Y eso que el relato de esta ciudad circula sobre los pedales de una cadena enganchada a la marchas de los Vicentes-as y de los Pepe-as, Vicentinos-as y Josefinos-as ¿Quién no tiene al alcance en su lista de contactos del móvil un amigo o familiar llamado Vicente-a? Seguramente muchos de ustedes.
El 22 es un día eclipsado en el calendario. Castigado al ostracismo, condenando en el almanaque a la desaparición del color carmesí e incluso un martirio para muchas familias por la no conciliación familiar-laboral.
En los últimos años existe cierta resonancia por reubicar el día vicentino, en un satélite modular para poder manejarlo al antojo de las posibles necesidades del mercado festivo del calendario.
En el contexto actual de un mundo globalizado, la congelada fiesta vicentina es residual, obsoleta y sin apenas presencia en la calles para una gran mayoría de la población, acabando ahogada en un ritual monopolizado por la autoridad eclesiástica.
La programación festiva centra las actividades en oraciones, misas y procesiones. En una ciudad eternamente festiva, repensar el 22 como algo más que una ofrenda secular al mártir es un compromiso moral.
Hoy es un día en el que, además de visitar el almacén de alguna multinacional sueca, se puede ir al cine, pasar la ITV del coche, salir a correr, y si es madrugador puede visitar el complejo del Centro Arqueológico de L’ Almoina situado en la Plaza Décimo Junio Bruto.
Allí caminará por el empedrado y cristalino asfalto de la polis de nuestros ancestros, paseará por la ciudad que vio morir a Vicente el de Huesca, conocerá de pleno la Valentia romana. Tenemos una oportunidad histórica para revitalizar y reorganizar la fiesta del mártir no solo desde la liturgia eclesiástica, sino desde el rito civil.
Hacerla más visible, palpable y tangible, ofreciendo a los más jóvenes la historia de Vicente el Santo desde la atalaya de un cadafal representando la vida y obra de nuestro pasado romano.
No hace falta un milagro, los medios ya están al alcance, lo hacemos en abril con el otro Vicente, el Ferrer. Sigamos por favor, año tras año, por el bien de todos, católicos, ateos y derivados, marcando la X sobre la casilla del número 22 de enero, tampoco es un martirio