(foto viaje a San Sebastián 94/95)
La organización de la grada Gol Gran fue uno de los asuntos más espinosos que nos tocó librar en su fundación. Teníamos que volver a empezar en el fondo sur y el choque de dos generaciones estaba por ver, aún asi, nos fue bastante bien teniendo claro que no caeriamos en el error que cometen los burócratas de Bruselas.
Sin dietas. Sin presidentes. Sin remuneraciones y algunos aportando un porcentaje de sus salarios en el inicio para echar a andar. No aceptaríamos pagos en epecie, ni subvenciones, ni sobornos, ni chantajes ni nos doblegaríamos a la «caja b» de donaciones de jugadores o presidentes.
Levantar y dotar una general limpia libre de prejuicios contaba con la fortuna de un bautismo sin vicios. Huir de los tópicos, y ser transparentes ante el resto de asociados con las cuentas claras, y una financiación horizontal que vendría por las aportaciones de cuotas, venta de material, rifas y loterias, logrando llegar a final de mes sin caer en números rojos en todas las campañas.
No dimos pie al desarrollo de la cortoplacista directiva típica de cualquier asociación, pero sí creamos grupos de trabajo muy activos rebosantes de energía y entusiamo.
Las decisiones se tomarían democráticamente en las asambleas de las noches de los jueves. Comidas Esma, Comidas Castillo, Bar Manolo el del Bombo y el Bareto de Anacleto fueron lugares de reencuentro para celebrar unas reuniones abiertas, entretenidas, y a veces hasta disparatadas.
Cada uno aportaba lo suyo. Cada uno hacia lo que sabía. Debíamos escuchar a los veteranos del viejo Yomus que salieron del fondo norte por la puerta de atrás. Un manantial de experiencia mezclada por la efervescencia de una remesa de imberbes chavales que lo queríamos dar todo sin colgarnos medallas.
En cierta medida fue la clave del éxito durante la primera década antes de que el Gol Gran cayera en la bancarrota moral e ideológica. De una cooperativa sin generales nació una “cuperativa” de aficionados.