Ni rojos, ni azules ¡Blanquinegros!. Acuñar al Gol Gran de una grada de izquierdas fue una falacia más de mentes perversas, totalitarias y obtusas.
Hasta un conocido reportero radiofónico, Julio Insa, nos dedicaría un programa asociándonos a las viejas teorías de Karl Marx. Lógicamente no le gustaba lo que hacíamos, lo que cantábamos, y a quién nos dirigíamos.
Incluso llegaron, yo pienso que fue más por sarcasmo y aburrimiento, al ensañamiento público con un gracioso cántico, «Y morirán todos los guarros del Gol Gran»…
Realmente el poco tiempo que estuvimos a la vanguardia del valencianismo social, ejerciendo un papel predominante de protectores con la historia del club, constituimos los pilares de lo que debía encarnar en el futuro el papel de la Fundació, claro está, en la sombra. Esa fue la única política bañada en el recuerdo, la añoranza y el sentimentalismo hacia los que engrandecieron la historia del Valencia.
Nadie en su sano juicio pudo corroborar que el discurso del odio ensuciaría las vallas de la general sur. Los símbolos del pasado no fueron visibles en la imagen corporativa, filosofía y organización de la grada central.
Lo tuvimos claro desde un principio, y a través de un discurso racional elaborando un mensaje positivo machacamos al personal para dejar la parafernalia política en la calle Juan Reglá a las puertas del estadio.
No teniendo cabida, ni lugar, quizás algunos radicales no entendieron que el Gol Gran no encajara en los cánones del tipismo ultra español. Él carácter y sello impreso en nuestras pancartas mensaje utilizando el bilinguismo no dio tregua a ello.
El ADN valencianista de la mayoría de jóvenes que poblaban el espacio central de la animación coincidiría en este polémico asunto, que durante dos décadas ensombreció el fútbol, aparcando fuera de Mestalla las arengas políticas.