Me encuentro incómodo con la actual situación del Puerto. Es para estarlo, ya que pienso que la Autoridad Portuaria debería haberse encontrado con mayor resistencia por parte de la sociedad valenciana respecto a la continuada ampliación norte. La disidencia es mínima. Los de siempre. Chapó para ellos y, literalmente, una desgracia para la ciudad ante tal silencio.
Nos han ido vendiendo la moto bajo la pesquisa de que esta ampliación, necesaria y vital, beneficiaría a València, a la Comunidad y a España. No cuentan la verdad. Y no es del todo cierto. Esta afirmación, a mí modo de entender, es retorcida y maquiavélica. No me van a convencer para tal actuación, puesto que quien piense que el Puerto de València disfruta de recursos ilimitados es un insensato o un economista. Por citar un ejemplo, la colapsada V-30. No digo más.
En esta ocasión, los dos partidos nacionales (PSOE y PP) lo tenían muy claro. Eso les ha servido para no enfrentarse mediáticamente. No hay nada que rascar electoralmente. Ni tampoco volverán a utilizar aquel eslogan patriótico del antivalencianismo que viraba ante la negación de cualquier proyecto que fuera en contra de la ciudad.
Evidentemente que no estar alineado al proyecto es aceptar otra realidad bien distinta, legítima, valenciana e identitaria, y señalar a una sociedad civil cegada con su propia historia. El Puerto de España, no de València, no debe disfrutar de ninguna inmunidad, blindaje, y menos aún de ningún cheque en blanco. València llega tarde ante lo que, presumiblemente, se nos va a venir encima en un par de décadas con unas playas del sur muy castigadas y erosionadas.
No tiene mucha lógica sacar pecho por parte de los máximos representantes de nuestras instituciones ante el próspero y divino negocio y, al día siguiente, reivindicar la protección de L’Albufera. Los que conocemos el terreno sabemos que dicho lago vive en sintonía con el Mediterráneo salado que navega y cerca las aguas del Puerto.
El histórico es duro. En 1981, la ciudad perdió la playa de Nazaret. Por cierto, en la actualidad, los vecinos tienen denunciado ante el Defensor del Pueblo la llegada de los cruceros por la inhalación de humo y vapores. Sin olvidarnos, años después, de la forzada expropiación a los vecinos de La Punta de las casas de sus vidas. Aquella actuación, la ZAL, también puso fin a una parte de la rica huerta valenciana que poseíamos. Los tribunales han dado la razón a los vecinos, por cierto, valencianos.
A mí me preocupa que no sepamos que hacer con nuestra fachada marítima. Menos mal que se paralizó el plan del Cabanyal. Me dolió aceptar la sumisión de los valencianos ante la pérdida de la idílica imagen de aquel bello y singular paraje que no era otro que el Balneario de Las Arenas, rehabilitado y convertido en una mole de hormigón y cemento para alojar a la clase más pudiente y elitista que nos iba a visitar.
Podría seguir escribiendo más, pero no entiendo después de haber perdido y quebrado todo nuestro sistema financiero, desenchufado la antigua televisión, echado el telón de la Mostra de Cine y vendido a un mercenario el Valencia CF entre otros, dejemos sobre el Puerto de València, que Madrid decida el futuro de nuestro litoral.
Yo esperaba que no solo fueran ecologistas y algunas organizaciones los valientes manifestantes. Deseaba que Asociaciones de Vecinos de Pinedo, El Saler y El Perellonet, agricultores y segundos residentes volvieran a movilizarse como se hizo en la década de los setenta con El Saler. En fin, los chinos ya devoran los cangrejos azules. Ahora toca ver que disfrutarán los ejecutivos de una naviera…
La ampliación del puerto será una ruina ecológica y entonces no habrán culpables, sólo afectados y víctimas.